Ni desde tan lejos, como desde la ventanilla de un avión, minutos antes de aterrizar, ni desde tan cerca, como desde la estatura de cada uno, en tierra firme. Observamos Oporto desde lo alto de la monumental y barroca Torre dos Clérigos, huella de la ciudad, construida por Nicolau Nasoni en el siglo XVIII.
Mucho más fácil de encontrar, abandonando los 75 metros de altura de la Torre dos Clérigos, y bajando sus 240 peldaños, es el recién nacido Jardim das Oliveiras (jardín de los olivos), hecho a medida de los momentos de mayor recato, ideal para echarse una siesta, charlar, sentado en el suelo con los amigos, o pura y simplemente para leer un libro. ¿No ha traído ningún libro? No pasa nada; solo tiene que cruzar la Rua das Carmelitas. Fácilmente sabrá de qué hablamos cuando le aparezca delante de usted la inolvidable fachada neogótica de la livraria Lello. Y todavía no ha pasado lo mejor. Por la escalinata, las maderas, el techo, la vidriera, muy fácilmente se da cuenta de que acaba de entrar en una de las más bellas librerías del mundo.
Por esta zona es donde se agita la noche de Oporto. El pueblo la llama la zona de las Galerías. Es donde la ciudad se acuesta más tarde, después de tomar unas copas, bailar, comer lo que caiga en el plato, la experiencia gourmet en trocitos de tradición portuguesa, y también hay por aquí hamburguesas para todos los gustos y colores.
En las bebidas la oferta también se multiplica. Es cierto que el gin está de moda, y mucha gente lo pide, pero la caña en la calle sigue siendo quien manda. Volviendo al tenedor y el cuchillo, una nota gastronómica fundamental sobre las dos reliquias de la cocina de Oporto: la «francesinha» y las «tripas» (nuestros callos). Basta preguntar por ella, a cualquier hora del día, a quien sea, en cualquier parte de la ciudad, y creer sin miedo en la información. ¡Que aproveche!
Uno de los secretos peor guardados de Oporto está al otro lado de la Avenida dos Aliados, subiendo hasta la Praça da Batalha. Los mayores discuten en esos bancos, sin ningún tipo de escenificación, la economía de Portugal y los resultados de los partidos de fútbol, justo enfrente del Teatro Nacional São João. Ahí, donde la calle se estrecha más y se convierte casi en callejón, tiene lugar ese secreto. Tendrá siempre algo más que el pan, la salchicha fresca o el queso que lo compone. Estos perritos de la cervecería Gazela no se pueden explicar, se tienen que probar. Combinan muy bien con una caña, que en Oporto se llama… «fino».
Por allí abajo, en las calles de Cimo de Vila y Loureiro, a la medida de turistas y locales, todo es barato y allí dicen que lo barato no sale caro. Relojes, radios, teléfonos, electrodomésticos, ventiladores, todo lo necesario y todo lo que no hace ninguna falta para nada, pero que la tentación compra, siempre a precio de amigo, señalan. Este paseo desemboca en la Estação de São Bento, célebre por sus paneles de azulejos, firmados por el pintor portugués Jorge Colaço a principios del siglo XX.
No muy lejos de donde termina la línea ferroviaria, comienza la Rua das Flores, ahora peatonal, con los balconcitos y las macetas asomando, a la medida del lugar, como música del respectivo pentagrama, en perfecta sintonía. Se sirve té, jamón, queso, vinos. Hay que saber elegir, desde el principio de la calle al Largo de São Domingos.
Conviene, en este momento, salir del marco para apreciar mejor el cuadro. La mejor vista de la ciudad de Oporto está al otro lado del río Duero, en Vila Nova de Gaia. Se «sale del cuadro» mejor atravesando un trozo de historia, el ponte D. Luís, también símbolo mayor de la cultura local. Vila Nova de Gaia, además de la postal que ofrece de Oporto, guarda el producto de excelencia de la región: el vino de Oporto. Visitar las bodegas es casi obligatorio. En cualquiera de las orillas del Duero se toman barcos para sumergirse en la historia.
De vuelta al cuadro, a Oporto, enfrente del Mercado Ferreira Borges, transformado en sala de espectáculos, entran en la ruta turística los vecinos Palácio da Bolsa y la iglesia de S. Francisco, con obras de arte talladas y pintadas en sus interiores. Fuera, un museo sobre ruedas, el tranvía, lleva a los pasajeros hasta muy cerca del Parque da Cidade, la casa del festival NOS Primavera Sound. Una casa de campo, aunque también de playa, con Matosinhos y su mar en la mesa ahí al lado. En el Edificio Transparente, que curiosamente salta a la vista, se pueden alquilar bicicletas y contratar clases de surf. Los chapuzones, tal como el sol, son gratis.
Los miles de melómanos que van a llegar a Oporto sabrán encontrar fácilmente la Casa da Música, en la punta interior de la Avenida da Boavista. Queda muy cerquita del Mercado do Bom Sucesso. Si hay hambre, se puede comer Portugal entero y alrededores: el cochinillo, el «rissol», las «pataniscas» (buñuelos), las habas, las pizzas, los dulces, sushi, jamón serrano, queso, embutidos, «francesinhas», marisco.
Quien vuelve a bajar al Parque da Cidade tiene a su disposición el Museo de Arte Contemporáneo y los jardines de la Fundación de Serralves.
Traducción: Ana Hermida